Es tradición popular que el “año nuevo” es un momento de promesas para el futuro y reflexiones sobre el tiempo que ha quedado atrás. Para muchas personas es un momento difícil, de duelo por el tiempo transcurrido, por los propósitos no cumplidos, o simplemente por la sensación de que un año más es un año menos de vida propia. Medimos nuestras vidas en años y tratamos de recordar nuestro pasado por fechas.
Para mí uno de los resultados de la pandemia fue que a partir de ella empecé a medir el tiempo en “antes de” y “después de”. Al mirar hacia atrás, se convirtió en la manera de ubicarme en dónde estaba, qué estaba haciendo y en qué fecha. Podía preguntarme ¿Fue durante la pandemia o antes? ¿Teníamos cuarentena o simplemente algunas restricciones? En ese sentido se parecía a momentos importantes de la vida como nacimientos, muerte, matrimonios o graduaciones.
La pandemia y el encierro que le siguió también significaron una distorsión en el tiempo y el espacio. El afuera se convirtió en algo peligroso y el adentro en lo seguro. Los que tuvimos la fortuna de vivir en un lugar agradable y poder seguir trabajando nos reacomodamos a un nuevo encuadre, a escoger un espacio particular en el cual desarrollarlo, y también a relacionarnos a través de una pantalla.
Tempranamente, durante las primeras semanas de la cuarentena me inscribí en los grupos de ayuda psicológica a personas en situación límite. Doné ropa y dinero a diferentes centros de ollas comunes. Pero también supe que además de la ayuda a los demás, yo necesitaba un proyecto propio para protegerme psicológicamente de todas las prohibiciones y amenazas que se nos venían encima. Y escogí aprender a pintar acuarela online. Me metí en un mundo hasta entonces poco conocido para mí: el de los colores y del agua, del papel y la textura, y también aprendí a observar de una manera diferente. Así como aprendemos a escuchar a nuestros pacientes con el “tercer oído”, ese oído que vamos afinando paulatinamente, la acuarela me enseñó a mirar mi entorno. Parafraseando a Bion, podría decir que se trató de “volver a mirar”, y que ésta fue la ganancia inesperada del encierro. No podía salir, no podía tomar un café con amigos, ni ver a mis hijos y nietos más que en la pantalla. Pero sí podía observar los diferentes tipos de árboles y darme cuenta de sus formas particulares, algo que antes no distinguía. Durante las dos horas permitidas para salir a caminar o ir al supermercado, prefería deambular por un parque cercano y observar la naturaleza, tomar una foto y luego tratar de reproducirlo en el papel. O simplemente mirar las hojas de las plantas en mi terraza. Se develó un espacio desconocido para mí y esto fue gracias a que tuve tantas horas sin estructura para dedicarme a observar sin distracciones externas.
El año que siguió a la feroz cuarentena del 2020, fue el año de la traducción de mi libro En Otro Lugar. Transitábamos por un espacio más flexible. A paso de caracol se volvía a la vida que conocíamos. Y pude embarcarme en el proyecto de traducir el libro que había escrito en inglés. Pasé de observar el entorno externo a mirar mi entorno interno. Y fue un gran viaje personal en el que aprendí a unir los diferentes espacios geográficos y emocionales de mi vida, hasta entonces separados. Pero este proceso implicó una pérdida. Dejé la acuarela. Como si no hubiera espacio en mí para los dos.
Este primero de Enero del 2023 sentí el decaimiento normal del tiempo que se fue. En mi librero volví a mirar mis instrumentos, el papel, los pinceles, los colores en su estuche bien guardados y me pregunté si tendría de nuevo ese espacio sin exigencias para volver a pintar. No lo sé, esos cuadernos especiales, cada hoja de ellos repletos de colores y figuras que pinté me recuerdan al descubrimiento personal que tuve ese año de encierro, y que a pesar de lo agobiante y aterrador que fue en tantos sentidos, ese tiempo me sirvió para descubrir una faceta, hasta entonces desconocida en mí. Y de eso estoy profundamente agradecida.
Ps. Susan Mailer
Psicoanalista APSAN
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