La pandemia de comienzos del siglo XX en 1918, por el virus A-H1N1, en realidad empezó con los primeros casos en 1916. Probablemente los datos fueron ocultados para no alterar el curso de la Primera Guerra Mundial, y evitar así el pánico en la tropa. Las muertes como consecuencia de la guerra fueron 10 millones.
El caso uno está fechado el 4 de marzo de 1918 en Kansas, EE.UU., aunque hay registros de casos previos en Francia y en China.
Se calcula que murieron cerca de 50 millones de personas y en algunos estudios se cree que más. No hubo una vacuna contra la Influenza hasta la década de 1940.Con estos datos y cifras alarmantes, se han preguntado ¿Por qué no fue parte de los estudios de historia? En la educación me refiero.
Creo que la mayoría recordamos haber estudiado la llamada Gran Guerra, sus causas y efectos.
Yo no recuerdo haber sabido que en medio de esa guerra hubo el más grande brote de gripe de la historia. ¿Dónde debemos buscar las causas de este olvido o negación histórica, nosotros como psicoanalistas?.¿Causas del olvido o de la negación histórica? Tampoco recuerdo haber estudiado la pandemia de 1918 en la Escuela de Medicina.
¿Qué ocurrió que no hay memoria histórica de este tremendo hecho histórico? Valga la redundancia.
Recién hemos sabido, nos hemos enterado a raíz de esta pandemia Sars-Cov2, y empezamos a conocer datos, fotos, incluso breves películas con registros de la época. Un siglo después, en Chile, también en marzo, fuimos confinados a nuestras casas, dejamos las consultas, y nuestros lugares de trabajo. Hasta ese momento, yo vivía en un lugar del que salía antes de las 8 de la mañana y volvía por lo menos 4 o 5 días de la semana, después de las 8 pm.
Recién en marzo de 2020 conocí, o reconocí, ese lugar que creí conocer, donde dormía y pasaba algunos fines de semana. Recién ahí miré los muros, esas puertas, esa falta de pintura y agradecí ese jardín cercano para caminar.Fue el fin de la vida que llevábamos, sin previo aviso, así de sopetón al silencio, al enclaustramiento. Al temor a la enfermedad y la muerte. ¿Se acuerdan que en esos primeros días ni siquiera usábamos mascarilla? Nos cuestionamos el uso de la mascarilla. Pura ignorancia histórica. Si tan solo hubiésemos revisado esas fotos de 1918…
Todas y todos a las pantallas sin cursos, sin preparación. Algunas, las más jóvenes, pudieron conectarse más rápido. A la parálisis inicial sobrevino el impulso de supervivencia. Si no trabajo, ¿Cómo subsisto? ¿Cómo pago cuentas?
Fue un aprendizaje feroz, doloroso, urgente, un camino único. Analista y paciente desconcertados. (El gato que salta al teclado: ¿Qué haces aquí todo el día?). Ahora, de vuelta al diván, a la consulta y la presencialidad.
La infancia en el espectro autista aislada socialmente, se aisló aún más. Salir de ahí ha sido un proceso largo, doloroso y sinuoso. Del espacio interior de nuestras casas, el temor a la muerte y al duelo por las muertes ocurridas.
Para muchos de nosotros que perdimos familiares y los que lamentamos la muerte por Covid de colegas y compañeros, el duelo será de larga data.
Especial recuerdo por el destacado nefrólogo Dr. Andrés Boltansky Brenner, marido de nuestra colega psicoanalista APSAN, Dra. Paola Gallardo. En mi grupo de curso de medicina, recordamos a varios queridos colegas que murieron al comienzo de la pandemia.
El rito de hacer una ceremonia de funeral es muy reconfortante para cerrar ciclos, despedirse, verse, abrazarse. No lo pudimos hacer. Estuvimos vía zoom en ceremonias de despedida. En estos casos, la presencia, la corporalidad, el abrazo, el llanto compartido es más importante de lo que creíamos.
Nos faltó el abrazo, el otro, el grupo. El chat de WhatsApp que nos ha ocasionado tantos problemas, fue y ha sido también una forma de estar en texto. Ahora hablamos en texto. Hemos vuelto a la presencialidad con temor al comienzo, con alegría después. El temor a enfermar va y viene. Esta vida ya no será la misma.
¿Somos o seremos capaces de elaborar este duelo?
¿Solo funcionamos con negación o disociación?
¿Cómo integrar esta experiencia?
Aunque han muerto numéricamente menos personas, y hubo una vacuna a meses o un año del estallido del contagio mundial. Esto lo hace ¿Más fácil o más difícil?. Este año 2023 tenemos por delante la elaboración de la vida que perdimos, que no tendremos de vuelta.
¿Seremos capaces de transmitir este conocimiento personal e histórico para las próximas generaciones?
¿En los planes de estudio de historia y en nuestra memoria psicoanalítica, debemos abordar este quiebre, este salto monumental que dimos a fines de 2019?
¿Seguiremos en estado de disociación para sobrevivir? Espero que podamos integrar y elaborar lo ocurrido en estos años, o al menos intentarlo.
Tengo la esperanza de poder comenzar este 2023 preservando la memoria histórica.

Dra. Luz María Gómez
Psicoanalista APSAN