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La Marcha de la Historia Octubre 2020

Octubre vuelve a traer un aroma particular. El aroma de los acontecimientos. Hace ya un año lo impensable, lo indecible, en palabras de Deleuze “la terrible normalidad”, se derramó en las calles de Santiago, para transmitir su onda sísmica por todo el territorio humano y material que llamamos Chile. Y su derrame fue en la forma de cuerpos marchantes que formaban ríos, de sonidos que formaban cánticos y gritos, de violencia y mutilaciones físicas, de palabras que asaltaron las pulcras paredes de la ciudad para derrumbar la ficción de nuestra normalidad, ante la perpleja mirada de todos, mezcla de miedo y esperanza.


La terrible normalidad ocultó por décadas una violencia estructural marmolada entre las diversas dimensiones de la dinámica de clases, de la violencia de género, de la discriminación de raza y origen, herencia atávica de una sociedad portadora de una rasgadura traumática en la matriz colectiva, ocurrida durante la dictadura militar y nunca reconocida de manera efectiva. Una violencia que quedó infiltrada en la máxima palabra rectora del nos-otros como sujetos sociales, sujetos económicos y sujetos legales: la Constitución. La agonía de la alteridad quedó impresa en piedra, mostrando esa violencia durante los estados de excepción. Una alteridad agónica hace imposible establecer la igualdad en la diferencia. Como nos recuerda Agamben, solo crea una masa de seres para el sacrificio.

Como suele ocurrir con los rastros de la violencia colectiva, con sus huellas de muerte y locura, con las filas de mártires olvidados en la historia desmentida, ésta tiende a persistir. Hemos visto como el río Mapocho vuelve a ser escenario de la barbarie policial, con un muchacho arrojado a su lecho por un efectivo de fuerzas especiales. Sin embargo, hay también un algo indecible, que insiste, que sigue pujando tenazmente hasta encontrar un alter que pueda escuchar. No pocas veces en las pequeñas historias de cada vínculo que intentamos establecer en nuestra práctica clínica, la gran Historia desmentida sigue pujando para abrirse camino, como el verano invencible de Camus.

Esta vez fue la calle hecha río la que clamó, anómicamente, atravesando el marco de las ventanas de nuestras consultas, atravesando nuestros marcos. Un estruendo de verbo y acción convocando a de-constituirse para tomar conciencia de una realidad falseada: no un oasis en un desierto, sino un espejismo, una ficción enajenante. Una revuelta para retirarle el poder a una casta y devolverla nuevamente al pueblo/comunidad para su re-Constitución. La ola pandémica del coronavirus no ha hecho sino mantener el descorrimiento del velo, mostrando nuevamente la revuelta en lo que podríamos llamar “el cántico plebeyo del 10%”. Nos ha mostrado también los efectos de la alteridad perdida, reflejados en los sueños de pandemia, que han aparecido surrealistamente proyectados en las pantallas de nuestro propio diálogo psicoanalítico actual.

La calle, con su cultura “quiltra”, ha continuado interpelando las Constituciones previas, las institucionales y las individuales, descorriendo el velo de nuestra cultura GCU, la cultura de la “gente como uno”, la cultura que ha recortado la experiencia de la alteridad y plegado las posibilidades de significado de cada sujeto en su individualidad psíquica y material. Esa misma cultura formada del cúmulo de constituciones personales con horizontes de sentido monocordes, que han sostenido a la Constitución política vigente, ahora en proceso de decadencia.

La re-Constitución quizá nos está hablando de un re-articularse en un tránsito desde la violencia estructural y la miseria humana (que niega el lugar del otro), hacia la posibilidad de un reconocimiento y preocupación por el otro. Y esto no solo en los lazos bipersonales o familiares –como lo pensó D.W. Winnicott–, sino como ingrediente para la poética de una relacionalidad colectiva que, al transitar el camino de desarrollar su propia comunidad, inscribe en la palabra rectora de una Constitución su acontecimiento colectivo fundante.

El psicoanálisis y los psicoanalistas hemos sido parte de esta historia de nuestro tiempo. Nuestro oficio nos cría en la costumbre de ofrecernos como co-pilotos del recorrido de seres humanos por su historia, sus huellas y sus manifestaciones en la policromía del síntoma; nos hace parte de la travesía de re convertir el síntoma en historia, de ponerle palabras a lo indecible, de agitar la posibilidad transformadora del símbolo. Pero no como observadores bien ubicados, sino sentados DENTRO del vehículo en movimiento.

¿Pero es posible pensar en un psicoanálisis que recoja también la voz de lo colectivo? Por un instante me permito imaginar radicalmente. Imaginar un psicoanálisis para un sujeto singular-plural. Un psicoanálisis del malestar como “molestia”, y no como un instrumento de normalizaciones forzadas. Un psicoanálisis que, a través de sus asociaciones y gestos, permita recoger las diacronías interminables de la historia y sus heridas traumáticas, para sincronizarlas con la historia presente. Un psicoanálisis que contribuya a darle palabra significativa a lo indecible, que recoja la voz de la tribu, que resuene como un instrumento más de la orquesta de la historia. Un psicoanálisis personal y político, pues no hay nada más personal que el deseo de una buena vida en la polis y de la polis. Un psicoanálisis que enarbole las banderas de una existencia ética basada en la constitución con otro, más que en la reproducción de máximas morales o funcionalistas. Un psicoanálisis para liberar al ser humano de la sombra de la enajenación, entendiendo la libertad, como nos recuerda Byung Chul Han, como un estar entre amigos.

Imagino un psicoanálisis “quiltro”, en permanente combinatoria con el contexto histórico y social que lo alimenta. Un psicoanálisis que ejerza con propiedad su lugar en el lazo social y nos transforme caso a caso, historia tras historia, en representantes de ese lazo.

Llega octubre con sus aromas de acontecimiento y quizá es un buen momento para pensar de qué forma, en este momento de re-Constitución, los psicoanalistas entramos en la marcha de la Historia.










Victor Doñas, Psiquiatra-Psicoanalista

Miembro Directorio IARPP Chile, Miembro APSAN

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