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Cambio e incertidumbre

La civilización ha llegado a un punto de no retorno: por primera vez nuestra capacidad de adaptación se ha visto superada por la velocidad de los cambios.

A lo largo de su historia, el ser humano se ha visto expuesto a diferentes situaciones que le han exigido tomar decisiones complejas o adecuarse a contextos disruptivos. Las disrupciones que son particularmente transformadoras comparten la característica que se instalan en la vida de las personas modificando su comportamiento cotidiano, para bien o para mal.

Si dibujamos una línea de tiempo desde épocas remotas, destacan algunos hechos que cambiaron el rumbo de la historia. Entre ellos, el dominio del fuego hace casi dos millones de años, el desarrollo de la agricultura hace menos de quince mil años, la invención de la rueda y la adopción de la escritura, hace 5 mil años. Entre uno y otro cambio transformador no solo pasaban miles, sino decenas o centenas de miles de años. El ritmo pausado e intermitente de aparición de invenciones y descubrimientos, permitía su adopción gradual.

La optimización de la máquina a vapor gatilla, hace poco más de 250 años la Primera Revolución Industrial, reemplazando la fuerza animal y humana por la fuerza de la máquina. Y da inicio a un crecimiento sostenido y sin precedentes, de la población y del ingreso promedio.

Este quiebre disruptivo resetea el tejido social, altera el repertorio de los actos cotidianos y modifica el ritmo de las interacciones, porque tiene un fuerte impacto en la industria, el transporte, las comunicaciones, el comercio, la salud, la educación, la recreación y el estándar de vida.

Desde entonces, nuestros antepasados comenzaron a ser testigos de cambios importantes, aunque solo unos pocos tuvieron un efecto transformador en su vida. Sin embargo, a medida que transcurren los años, la frecuencia de las invenciones y los descubrimientos se hace cada vez mayor, de modo que durante una vida se alcanza a vivir muchos cambios transformadores.

A menudo dichos cambios están destinados a aumentar el bienestar, por lo que son bienvenidos y adoptados, dando lugar a una nueva meseta de normalidad. Pero esta nueva normalidad se ve expuesta a un nuevo gran quiebre: la Era Digital.

La llegada de la computación personal en la década de los 80 y el inicio de la masificación de Internet en los 90, fueron momentos determinantes de la situación actual, trasladando nuestras vidas desde un lugar concreto, con interacciones físicas, a un espacio ficticio, virtual, donde todo se encuentra inquietantemente suspendido; desde nuestras relaciones a nuestros datos personales; desde nuestros gustos y preferencias hasta nuestra identidad.

Y de esa manera, algunas tareas previamente reservadas a la mente humana, empiezan a ser ejecutadas por máquinas.

La tecnología móvil, con la aparición del iPhone en los 2000, amplificó este efecto, invadiendo todos y cada uno de los aspectos de nuestra vida, al extremo que los dispositivos saben más de nosotros que nosotros mismos (nunca en mi vida había escuchado tanto la palabra algoritmo). El cambio es cada vez más frecuente (el cambio del cambio) y cubre un espectro progresivamente más amplio de ámbitos, tornándose en ocasiones desconcertante.

Revisando retrospectivamente hoy los cambios del pasado, podemos observar que se desplegaban de manera más armoniosa, más similares a los cambios observados en la Naturaleza (las estaciones del año, las fases de la luna, los flujos de los ríos), en contraste con los cambios actuales, que transgreden la gradualidad temporal.

Lo digital cambia las interacciones de una manera brutal, pues su penetración no solo se remite a nuestra vida diaria, sino que modula nuestra relaciones sociales, económicas, políticas, laborales e interpersonales. Quien no asume el cambio, pierde vigencia.

Los cambios en las comunicaciones y el transporte son los que han inducido mayores modificaciones en nuestras vidas. En ocasiones, estrechando vínculos y distancias, aumentando la frecuencia de las interacciones interpersonales y con el medioambiente, con impactos a veces benignos y a veces, devastadores.

A lo largo de la última década, y sobre los hombros de la computación personal, del internet, de la tecnología móvil y sus innumerables apps, se instalan, abruptamente y de manera prácticamente simultánea una nueva serie de cambios transformadores cuyo impacto resulta impredecible.



La inteligencia artificial, el internet de las cosas, big data y la computación en la nube, arrastran aceleradamente todos los ámbitos de la sociedad, sin excepción, a un proceso de transformación digital cuyas consecuencias geopolíticas, sociales, laborales, psicológicas y éticas, son completamente desconocidas. Quienes no se adhieren a este nuevo paradigma, individual o colectivamente, quedarán peligrosamente rezagados.

Parafraseando a Bauman, la única certeza es la incertidumbre y lo único permanente es el cambio.


Eliana Betancourt  Psicóloga PUC-Psicoanalista  APSAN







Eliana Betancourt

Psicóloga PUC-Psicoanalista

APSAN

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