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De la obediencia a la Rebeldía.

Hace un año y medio, cuando llegó Covid-19 a Chile, el gobierno impuso medidas restrictivas a la población. Nos tomó un tiempo captar el significado de la pandemia, pero una vez que la magnitud de ésta entró en nuestra consciencia, iniciamos un encierro casi total que duró varios meses. Durante la cuarentena sólo me sentí a salvo en mi casa de un enemigo invisible que estaba en todas partes. Me preparé para pasar un largo periodo con caminatas alrededor del jardín de mi edificio, contando los pasos hasta llegar a seis mil. No los diez mil requeridos, pero sentía satisfacción de por lo menos poder moverme.


Organizamos nuestro hogar para que también sirviera de oficina y ocupamos partes opuestas del departamento para trabajar en privacidad. Cómo no se sabía si el virus estaba en las superficies o en el aire, o en ambos, cada artículo que entraba era bañado con una lluvia de cloro, transformándose su olor hasta entonces detestado, en una brisa libre de bichos. Me sentí sumamente afortunada de tener un espacio donde trabajar, comida, internet para conectarme con mis pacientes, colegas, amigos y familia. Y no me sentí confinada, ni siquiera resignada. Estaba haciendo lo que se tenía que hacer para estar a salvo del virus, que ahora sabíamos atacaba con fuerza a personas de mi edad. Tenía la sensación de estar viviendo algo épico, y que todos lucharíamos en esta guerra contra el enemigo.


Muchos, entre los que me encuentro, tuvimos la esperanza que para septiembre del 2020 podríamos volver a la normalidad.


Pero no fue así. A fines de junio salió el Dr.Mañalich del ministerio de salud y entró el Dr. Paris, e iniciamos el proceso Paso a Paso. A partir de octubre, ávidos de libertad, escuchamos las noticias para enterarnos si podíamos ir a un restaurant, si podríamos salir de la ciudad, del país, en qué condiciones, con qué permisos. Y estas condiciones no sólo cambiaban semana a semana, sino que se hacían mas complejas. Aprendimos a no hacer planes, o a hacerlos muy flexibles.


En febrero se inició la vacunación y con ella regresaron las esperanzas de libertad y la fantasía de llegar a la inmunidad de rebaño.

Pero se produjo la gran paradoja que Chile, siendo el país de América Latina con mejor índice de vacunación se sumía en una espiral de contagios nuevos. Volvimos al encierro, a las restricciones, pero esta vez con el hastío propio de escuchar un disco rayado, o de volver al día de la marmota. Mucha gente empezó a rebelarse frente a tanta restricción. No sólo los que tenían que salir a trabajar a la calle para poder sobrevivir, también los adolescentes, los jóvenes y los no tan jóvenes. Las rebeliones fueron en crescendo a pesar de la nueva paranoia de las variantes.


Dejamos de ser obedientes. Escuchamos con mas frecuencia de las fiestas toque a toque, de los matrimonios, bautizos y entierros ilegales. Era preocupante la falta de cooperación societaria y la ausencia de solidaridad con los médicos en la primera línea que estaban sobrepasados por la cantidad de personas contagiadas y graves que tenían que atender. Pero al mismo tiempo estaba en el aire el cansancio de tanta restricción, la falta de libertad de movimiento y la sensación de estar viviendo en una dictadura sanitaria.


Un resultado no menor de las restricciones ha sido el costo económico a gran parte de la sociedad. Los sectores mas vulnerables han sufrido el efecto del cierre de sus lugares de trabajo, con los consecuentes despidos y la disminución considerable en los ingresos familiares. Los cuadros de angustia, depresión y desesperanza, en todos los sectores de la población han aumentado exponencialmente, como hemos podido constatar en nuestra consulta, en los hospitales, consultorios públicos y, en las vías de asistencia psicológica que se han creado en este tiempo. Se han hecho evidentes los efectos nocivos de las cuarentenas.


Con la distancia que me ha dado estar en otro país donde las libertades individuales priman sobre el bien colectivo, he podido comparar y reflexionar sobre el ethos de ambos lugares. Si bien en Chile, ha primado la salud pública por sobre la libertad individual, a un año y medio del inicio de la pandemia, me parece que la población se siente infantilizada y en grandes sectores actúa con la rebeldía propia de un adolescente hastiado de una figura parental autoritaria. Por otro lado, lo que observo, por lo menos en los estados del noreste de USA, todos ellos con una población altamente vacunada, es que la mayoría de los individuos aceptan y siguen las sugerencias del gobierno de su estado; mandatos sencillos como, mascarilla en lugares cerrados, lavado de manos y distancia social. Se han abierto los colegios, los bares, los restaurantes, los lugares de trabajo, y es responsabilidad de cada ciudadano seguir las reglas que se han establecido y, de cada establecimiento asegurarse que así sea.

Hemos aprendido bastante sobre el virus, pasando de la ignorancia absoluta a una mejor comprensión de cómo reacciona, qué sector etario ataca con mas fuerza y el peligro que corren las personas con pre-existencias médicas. Sabemos que muta y que las vacunas, siendo fundamentales, no protegen del todo. Ahora entendemos los peligros psicológicos y económicos del encierro y la eficacia sólo parcial de la cuarentena. Tal vez sea el momento de aceptar que no todos estarán de acuerdo con el autocuidado y autodisciplina. Existen grupos que desechan toda restricción personal aun cuando atente contra la seguridad de la sociedad. Pero también es de esperar que muchos hemos internalizado que este virus esta aquí por un largo tiempo y que los cuidados elementales que aprendimos en un principio son una disciplina que tendríamos que seguir indefinidamente, aun estando vacunados. Me pregunto si será posible la auto regulación de las mayorías o si es una sólo una ilusión.


Espero no ser demasiado optimista. Entiendo que existe una tensión continua entre la libertad personal y la salud pública, pero también considero que podemos trabajar en conjunto con el estado y, que somos nosotros como individuos quienes debemos aprender a navegar esa tensión.










Susan Mailer

Ps. Apsan

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