Suerte monstruosa
y vacía
tu rueda gira,
perversa,
la salud es vana
siempre se difumina
(O Fortuna, Carmina Burana, S. XIII DC)
Se habla que estamos en una época de incertidumbre. Eso pareciera que se dice en contraste con épocas de certidumbre. Supongo que el 17 de octubre del 2019 era un día en la época de la certidumbre y el 19 de octubre un día en la época de la incertidumbre. Se podría decir lo mismo respecto a pre y pospandemia, pero claramente la incertidumbre estuvo siempre, sólo que parece que hay momentos que la sentimos y otros no. ¿De qué depende que la falta de certeza se sienta con tanta fuerza como para que digamos que estamos en tiempos de incertidumbre?
Al parecer, la sociedad tiene una función materna, entre otras funciones, que cuando la sentimos ausente contribuye a contactarnos con la perplejidad consustancial a la vida.
Pareciera ser que los seres humanos nacemos mal preparados para tolerar la incertidumbre, por eso necesitamos una madre que nos tranquilice y nos “diga” que “todo va a estar bien”, que nos presente un mundo predecible; si me siento mal y lloro ella vendrá a tranquilizarme. Tenemos alguna idea de cómo esta función materna va poco a poco internalizándose, permitiendo que toleremos la ubicua incertidumbre del mundo, pero cada cierto tiempo retrocedemos a una relativa intolerancia a lo real.
Los grupos de pertenencia pueden cumplir una función materna en la relación que tenemos con la incerteza. La familia que nos apoya nos “dice” que “todo va a estar bien”, los amigos cumplen una función parecida; similarmente, muchos alojan en la sociedad en que vivimos lo que nos puede dar certezas.
El tema es que la sociedad no es un abstracto, es un conjunto de individuos que se afectan mutuamente - el nivel de interconexión ha sido revisitado por la corriente intersubjetiva del psicoanálisis - pero estaríamos la mayoría de acuerdo que nos afectamos unos a otros de tal forma, que personas que por diversas razones pueden hacerse más intolerantes a la incertidumbre pueden “contagiar” al resto hasta que la sociedad toda disminuye su capacidad de tolerancia, es decir cada uno de los individuos de esa sociedad se hace más intolerante a la falta de certezas.
En Chile, y parece que, en el mundo, estamos viviendo un ambiente donde las personas sienten que la sociedad no nos tranquiliza. Las frustraciones que llevaron al estallido social, que “increpa a alguien” para que las subsane, sazonado con una pandemia que nos trajo a la consciencia el temor a morir, nos empuja a cada individuo y al grupo en su totalidad a buscar esa función materna que nos diga que “todo va a estar bien”. Creo que la polarización de la sociedad con buenos y malos es parte de esta búsqueda. Insisto, con esto no estoy diciendo que la única función de la sociedad sea la materna, sino que es una función que muchos le otorgan.
Por supuesto también nosotros, terapeutas, nos sentimos presionados a buscar certezas y esa presión no cesa dentro de nuestras consultas. Nosotros también buscamos “una madre” que nos tranquilice, que nos de la fe de que lo que hacemos puede ayudar a la persona que nos consulta.
Cada terapeuta lidia con estas presiones de acuerdo con su formación, estilo de personalidad, experiencias de vida, supervisores, etc. pero quizás algo que la mayoría tenemos y a lo que recurrimos, es un grupo de pertenencia. Esta es una razón más para cuidar nuestros grupos y cuidarnos entre nosotros. Este boletín, para el cual es este artículo, espero ayude en esa función.
Antonio Menchaca
Psicoanalista APSAN
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