Carlos Peña (2019) en su análisis de las condiciones del movimiento social que desemboca en el plebiscito del 25 de octubre señala: “la pulsión [sic] básica de la vida social es el miedo al otro”. Esta sentencia denota, a mi parecer, un cierto diagnóstico de la base sobre la que se construye nuestra sociedad, la que provoca un creciente individualismo con un consecuente daño del lazo social. A esto se suman las evidencias de las bajas y casi nulas pensiones, la alta tasa de suicidios en la tercera edad, el bajo sueldo mínimo, el alto costo de la salud y remedios, largos y lentos traslados por la ciudad, en general costos de servicios sometidos a la colusión y a la especulación, etc. Winnicott, quién plantea que desde los comienzos de la vida no existe algo así como un ser humano si no es en con-tacto con otro ser humano, donde toda organización psíquica, todo orden psíquico, nace y se sostiene en dicho con-tacto con otro humano, indica que el reverso de ello –el “negativo de la civilización”–, es la evidencia de una sociedad organizada en torno al despojo de aquello que la constituye: la comunidad. De esta idea se deriva que es el lazo social y el sentido de comunidad desde donde los procesos emocionales y sociales instalan un orden, orden que surge como un emergente propio de la comunidad.
A mi juicio lo que, a partir del movimiento social, se pone sobre la mesa, es justamente el hecho de que es la comunidad (el lazo social) la que está dañada. Lo que yace bajo este daño es el sentido ético de la comunidad. Esto queda expuesto en lo que hemos vivido este año y también, en todos aquellos lugares y rincones donde el estado ha abandonado su función veladora del lazo social transmutándola por una mirada administrativa de la sociedad. Entonces lo que queda es un daño que deriva del abandono de la ética del cuidado en lo social. Mantener una mirada que escinda el lazo social de su sentido ético va a conducir sólo a reparaciones maníacas [espero no estar cometiendo un exceso en el uso del concepto, pero vale la pena el riesgo]. Esto es lo que uno puede escuchar en estos minutos en esas propuestas políticas que plantean cosas tales como subir sueldos, subir impuestos, bajar impuestos, subir el pilar solidario, etc. ¡Lo dañado es la comunidad en su sentido ético! ¡lareparación para que sea tal debe ser en ese territorio! Sé que puedo encontrar mucho rechazo en los que esperan con urgencia soluciones. Quiero ser preciso, no estoy negando la urgencia y necesidad de esos cambios, estoy hablando de la reparación como sociedad y, por lo tanto, de nuestro trabajo. Me detengo un poco en la palabra reparar, ya que tiene un doble uso. El primero es del acto reparatorio en sí mismo y el segundo –que es el que me interesa enfatizar– es el que llama a poner atención e integrar ese nosotros de la comunidad.
Para poder profundizar en lo que como psicoanalista entiendo como el nosotros, voy a centrarme por algunas líneas en alguna de las emociones que han emergido en estos meses, la angustia y la incertidumbre. Emociones que reflejan algo esencial de la naturaleza humana, nuestra vulnerabilidad (nuestra impermanencia). Las múltiples crisis que vivimos en el presente, ponen en evidencia que nada es tan sólido como creemos, que lo que creíamos dado, no lo es. Es nuestro permanente esfuerzo de identificación como seres humanos el que se hace traslucido. La solidez de las instituciones por medio de la identificación busca devenir en una esperada solidez de la propia identidad. Desde este lugar perder el orden instituido nos hace temer por el orden que nos constituye, ese que nos instala como sujetos en el mundo. Si nos angustiamos, temblamos –se ha hablado no por casualidad deterremoto social, terremoto sanitario, catástrofe económica–, temblor que nos anuncia el temido derrumbe, ¡el propio derrumbe! El de lo que nos constituye psíquicamente. Queremos creer que todo existe per se. Esto sería una promesa que nos aliviaría de la incertidumbre y de la angustia frente a la amenaza de ser aniquilado en la existencia. Lo que se pone en juego es que tenemos una fantasía de la vida que es la “solidez” y la angustia sería también una forma de ponernos en contacto con algo esencial de lo propio, la hilflosgkeit freudiana. La salida: una reparación no en base a la fantasía de un retorno a la“normalidad” o de un retorno a la paz (basada probablemente en el modo de la ‘paxromana’) ni de las reacciones en lo legal; sino una en base a la realidad de los hechos emocionales que involucran nuestra vulnerabilidad, la que a su vez implique una ética delcuidado, una que me concierna. Este es mi entendimiento del nosotros,emergemos como sujetos en los brazos de otro y nuestra existencia entera se juega en un permanente emerger desde ese lugar, el con-tacto con el otro. Este 25 de Octubre comenzará una arduo trabajo. Atravesando la nube de temores del Covid y de la fragilidad que nos refleja tanto como seres humanos y sociedad, tendremos el enorme trabajo de repensar nuestro país, las relaciones de poder dentro del estado y el tipo de organización que nos vamos a dar. Esta es una oportunidad, primera y fundante en nuestra sociedad, para abrir un espacio donde definir nuestra posibilidad de constituirnos en un reconocimiento explícito y sólido de nuestro esencial rasgo comunitario. En definitiva, este es un intento de reparar nuestro lazo social, lazo que se constituye a partir de nuestra vulnerabilidad y como ésta nos significa como partícipes en la ética de la ínter-dependencia. En esto los psicoanalistas tenemos un lugar desde el cual trabajar.
Rodrigo Rojas
Psicoanalista Apsan
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