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Reflexiones acerca del Covid-19: Las coronas de espina que nos revela.

He leído a tres connotados intelectuales que piensan el mundo futuro desde distintas grados de pesimismo. El filósofo italiano, Giorgio Agamben, quien desestimó desde un comienzo y sigue desestimando el impacto del coronavirus, se ha aferrado a su conocida tesis, elaborada a la luz de fenómenos como el Holocausto, para hablar que lo propio de nuestra época es vivir en un régimen de excepcionalidad. La excepcionalidad, dice en filósofo, en realidad no es tal, ella misma es la normalidad y tiene una capacidad meta-excepcional, por decirlo de alguna forma, al fundar su propia normatividad en ese momento donde la regla se pone entre paréntesis para construir una supraregla.


Agamben tiene un marco teórico diverso, pero resalta con fuerza la influencia de Foucault quien fue el primero en hablar que la sociedad posmoderna era la sociedad de la reglamentación, cuidado y vigilancia de la vida a través de lo que llamó el biopoder. En mi opinión la tesis de Agamben puede tener algo de vigencia, pero no en esta ocasión. La excepcionalidad en este caso no algo ficticio, muy por el contrario hay un correlato real que demanda que el Estado aplique medidas extremas como la suspensión de garantías constitucionales. Un segundo autor es Harari, quien me ha decepcionado sobremanera por el análisis simplista que se podría reducir a

“no tenemos líderes, el mundo actual requiere mayor cooperación internacional para un mundo globalizado que enfrentará crecientemente desafíos globales”.

Está muy bien, tiene razón Harari, pero el aporte es una reafirmación de una postura política que muchos ya sostenían en oposición al mundo que ha venido desenvolviéndose en el último tiempo. Hablo de este resurgimiento del populismo de derechas, anti-globalista, xenófobo y que enarbola como insignia un patrioterismo chapucero. El autor más interesante ha sido el coreano-alemán Byung-Chul Han. En síntesis, el autor reafirma su tesis según la cual

“la globalización suprime todos estos umbrales inmunitarios para dar vía libre al capital. Incluso la promiscuidad y la permisividad generalizadas, que hoy se propagan por todos los ámbitos vitales, eliminan la negatividad del desconocido o del enemigo. Los peligros no acechan hoy desde la negatividad del enemigo, sino desde el exceso de positividad, que se expresa como exceso de rendimiento, exceso de producción y exceso de comunicación”.

Agrega que el pánico colectivo también tiene un asidero en la digitalización del mundo:

“La digitalización elimina la realidad. La realidad se experimenta gracias a la resistencia que ofrece, y que también puede resultar dolorosa. La digitalización, toda la cultura del “me gusta”, suprime la negatividad de la resistencia”.

El filósofo se arriesga al decir que el futuro podría parecerse más al comunitarismo asiático con fuertes dosis de mayor presencia estatal facilitada por una disminución de la privacidad, estos es, dañar el paradigma occidental de libertad para que las autoridades conozcan donde como, qué cosas reviso en línea, dónde y con quién he estado, qué cuestiones leo, de tal forma poder utilizar el Big Data entre otros adelantos para mapear respuestas colectivas y rápidas a fenómenos como el actual. Hay que tomar todas estas predicciones con beneficio de inventario, pero sería muy difícil pensar que no habrán cambios.

En este sentido me representa lo que escribió el filósofo español Daniel Innerarity hace poco en Twitter:

“esta crisis no es el fin del mundo sino el fin de un mundo. Lo que se acaba (se acabó hace tiempo y no terminamos de aceptar su fallecimiento) es el mundo de las certezas absolutas, el de los seres invulnerables y el de la autosuficiencia”.

Trump dice que se siente confiado que una medicina utilizada para tratar la malaria podría tener efectos positivos para abordar el COVID-19. Inmediatamente el jefe de epidemiología del Centro para el Control y Prevención de Enfermedades en la misma conferencia de prensa lo desestimó. Desde China, Alemania e Israel llegan noticias de una potencial vacuna que aún tendrá que pasar por varios meses de ensayos clínicos y  comercialización.


Una señora de 95 años se ha recuperado del coronavirus en Módena, Italia, y aparece con sus dos manos levantadas por personal del hospital en señal de triunfo, una especie de resurrección, el triunfo de la vida por sobre la muerte, el triunfo del valor atípico estadístico por sobre las leyes de los grandes números. En otro video, un abuelo sevillano con Alzheimer toca una armónica mirando a su ventana todos los días, pensando que los aplausos dirigidos al personal médico de su ciudad están dedicados a ese fútil espectáculo que no es más que la victoria del olvido. Otra abuela con acento andaluz y con avanzado párkinson, intenta hacer una mascarilla con tela en su máquina de cocer mientras se despide de sus hijos a quienes quizás nunca más verá. Unas monjas muy viejas que atienden un hospicio cantan desafinada pero empeñosamente un “resistiré”. Son todas estas escenas de una debacle que interpelan a una humanidad virtual, personas que quizás morirán, o quién sabe si no estaban ya muertas en vida. Son los viejos de la sociedad, los confinados a casas de reposo, a “senior suites”, a espacios donde son atendidos por extraños en una lotería que tiene un rango amplio, desde el psicópata hasta la enfermera compasiva. Quién sabe, quizás los países asiáticos no solamente hayan sobrellevado mejor esta crisis por su mayor capacidad de testear, sus increíbles avances científicos y tecnológicos para rastrear y diagnosticar y el desarrollo económico que les permite a países como Japón y Corea del Sur tener 13 y 12 camas por cada 1000 habitantes respectivamente.


Quizás, parte de su éxito también reside en un mayor espíritu comunitario y también por el respeto venerable que tienen por la vejez. Quién iba a pensar que el número de lágrimas que derramaríamos en un futuro dependería de la oferta de ventiladores mecánicos que tuviera un país. Una metáfora propia de tiempos de asfixia, donde el coronavirus, que está hace más de 3000 años en el planeta, pareciera recordarle al ser humano que se estaba ahogando mucho antes que ocurriera la más reciente mutación del virus.


Dr Alex Oksemberg.

Miembro y Vice presidente APSAN.

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