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SOBRE LA TOLERANCIA

Actualizado: 29 dic 2020

Revisando bibliografía para escribir esta columna me encontré con diversos textos, sin embargo, me quedaré con el gran Voltaire y su Tratado sobre la tolerancia (1763), escrito a propósito de un caso de furor popular y cuasi linchamiento contra un comerciante protestante por parte de los vecinos católicos. Señalo "vecinos" porque la intolerancia usualmente se vuelca de manera más furibunda no contra los que están lejanos, sino contra aquellos que de una u otra manera son sentidos como una amenaza cercana. Dice Voltaire: “sabido es el odio tan implacable que sienten todos los sectarios hacia aquellos que abandonan su secta”. Cito esto porque quiero remarcar que es en este terreno cercano donde se pone a prueba nuestra capacidad para aceptar y tolerar las diferencias.

Voltaire distingue entre la tolerancia pasiva, que es simplemente permitir la diferencia y la tolerancia activa, que consiste en “ser totalmente abierto y receptivo ante la diferencia, respetuosos con el pluralismo, al entender que hay aspectos importantes allende lo prohibido”. Es decir, parte importante de la tolerancia implica el trabajo de conocer lo que el otro diferente piensa y desde dónde lo está pensando. Este concepto lleva implícita la noción de rechazo, se tolera algo con lo que uno no está de acuerdo, y eso es lo complejo. Rechazamos un cierto punto de vista, pero al mismo tiempo se nos pide que lo aceptemos. ¿Y por qué tendríamos que aceptarlo?


El psicoanálisis vincular plantea que una precondición para armar un vínculo es el velamiento de las diferencias, oscurecer lo que nos separa, lo que naturalmente será transitorio, pues inevitablemente las diferencias salen a la luz. Entonces, si una sociedad, un grupo humano, una pareja, una comunidad, desea preservarse en el vínculo, requiere admitir y conocer acerca de lo diverso y saber cómo tramitar el conflicto de puntos de vista. En ese sentido, se trata de sostener el disenso y al mismo tiempo la aceptación si queremos seguir vinculándonos.


En la intolerancia, en cambio, el vinculo está amenazado pues hay imposibilidad de encontrar algún velamiento de la diferencia para continuar en el vínculo. En la intolerancia el otro es radicalmente distinto, pertenece casi a otra especie, nada nos une, por lo que la única solución posible es que el otro (o yo) desaparezca, de ahí que los conflictos con intolerantes pueden llegar a niveles de mucha violencia, incluso al exterminio del otro. De ahí viene la siguiente pregunta, contenida en la “paradoja moral de la tolerancia” (R. Forst, 2013, Toleration in conflict). ¿Puede ser moralmente correcto tolerar lo que es moralmente incorrecto? Al evitar discursos intolerantes se reprime la libertad de algunos, pero al aceptarlos se permite atacar la dignidad de otros. Se plantea que hay que distinguir entre creencias y acciones; se pueden tolerar las creencias, pero no las acciones intolerantes. Sin embargo, sabemos que las primeras suelen derivar fácilmente en las segundas. Este es un dilema complejo en una comunidad y también al interior de nuestra consulta clínica. Parece que la tolerancia no implica de ninguna manera ser indiferente, sino contar con un marco de valoración claro, pero al mismo tiempo en permanente revisión.


Me pregunté acerca del por qué se me pidió esta columna acerca de la tolerancia. Somos una comunidad de psicoanalistas: ¿no es la tolerancia parte de nuestro adn profesional? ¿Se puede ser psicoanalista y no ser tolerante? Nuestro quehacer es tratar de ayudar a personas que las más de las veces no piensan lo mismo que nosotros en diversas materias; sin embargo, siempre hay algo que nos une y desde donde logramos hacer contacto. Hay teorías psicoanalíticas, me parece, que miran al paciente y su psicopatología con más aceptación que otras. Pero esta actitud no se trata de un estado angelical o de beatería analítica, sino que, por el contrario, es algo que nos desafía, como un instrumento que fácilmente se desafina, especialmente cuando hay momentos sociales de mayor tensión en que el pensamiento pierde complejidad. Nosotros como clínicos y como colegas no somos inmunes a eso.



Lorena Seeger

Psicoanalista apsan

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