Novela de Mariana Enríquez ( Argentina, 2019)
Premio Herralde de Novela, 2019
Nuestra parte de noche es una novela perturbadora, llena de oscuridad. Su narrativa ligada al horror, teñida de elementos ligados al proceso primario, parcialidades corporales, mutilaciones, presencia de perversiones en distintos ámbitos, así como el desprecio por la vida humana, la tornan por momentos difícil de digerir. Incluso su lectura es, a ratos, desagradable. Sin embargo, al mismo tiempo, desde un comienzo nos damos cuenta que estamos frente a algo mucho más profundo y valioso. Esta sensación va en aumento en la medida que avanzamos en sus páginas de asertiva y delicada prosa, y vamos entendiendo el universo que la autora nos ofrece. Para que esta comprensión resulte, se hace casi inevitable tolerar el horror y la perturbación, acercándonos a lo ominoso, todo esto como resultado de la movilización de ansiedades primitivas y desintegradas. La novela toca lo fantasmagórico, eso que alguna vez con probabilidad reprimimos.
De manera sintética la novela comienza en Argentina el año 1981, durante la dictadura militar que acosaba a ese país. Juan y su hijo Gaspar emprenden de manera abrupta un viaje en auto hacia las Cataratas de Iguazú, tras la inesperada muerte de la madre. Como su padre, Gaspar está llamado a ser un médium en una sociedad secreta, La Orden, ligada a la poderosa familia de la madre. Esta sociedad se contacta con la oscuridad en busca de la vida eterna, mediante atroces rituales, y sangrientos sacrificios humanos, protagonizados por el propio Juan, en su rol de médium. El padre libra una contienda contrareloj por acallar las habilidades paranormales de Gaspar, ya que no quiere que viva lo que él ha vivido.
Lo interesante, que dota de una profundidad particular a la novela, es que la autora hace convivir este universo destructivo de horror, con el amor maduro y desinteresado, en muchas de sus expresiones, (filial, fraternal, sexual homo y hetero), sin que la trama caiga en una lucha entre el amor y el odio, o entre el bien y el mal. Una característica del tratamiento que da la autora a la dimensión amorosa radica, en que esta está estrechamente ligada a la noción de libertad. Esta parece ser la esencia del amor, en contraposición al sometimiento propio de la esclavitud que exige la secta, y que todos los miembros de ella viven de alguna manera.
Esta noción de libertad cobra mayor sentido si tomamos en cuenta el contexto sociopolítico en el que se desarrolla la novela, nos referimos a la dictadura argentina. Este contexto, de pasada, le otorga a la historia una dimensión latinoamericana, que la hace más cercana. Sin embargo, esta no es una novela política, su objetivo no es denunciar los horrores de la dictadura. Este contexto, en el que el menosprecio por la vida humana, así como el sadismo extremo que se dio en prácticas como la tortura, brindan el escenario propicio, para que la poderosa familia Bradford, la familia de la madre de Gaspar, pueda llevar todas sus siniestras prácticas a su antojo.
Aquí es donde la novela toca un punto central, el que se relaciona con el afán de poder llevado al extremo que supera cualquier megalomanía, nos referimos a la búsqueda de la inmortalidad. Lo particular es que en este contexto, esta búsqueda es una posibilidad real, que se realiza a cualquier costo, el principal sería la anulación de toda acción amorosa, así, aparecen intrascendentes y cándidas en comparación con la búsqueda de la vida eterna. El sadismo y lo oscuro serían las herramientas válidas y útiles para esta búsqueda. De lo que no se dan cuenta, porque no pueden, los miembros de La Sociedad, es que la carencia absoluta de la dimensión amorosa los tiene vacíos y esclavizados, y en ese sentido ya estarían muertos.
Lo anterior ennoblece los afanes amorosos y libertarios de Juan hacia su hijo, siendo que él en su calidad de médium, es el que más cerca ha estado de la oscuridad y también de la muerte.
Alan Reisberg Aguayo.
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