Cuando comenzaba la pandemia, leí el libro La Montaña Mágica de Thomas Mann. Este reconocido escritor, ganador del premio nobel de literatura, contemporáneo a Freud, coincidía con él en la lengua y delicadeza para captar el sufrimiento y la sensibilidad humana.
A pesar de escribir La Montaña Mágica hace casi un siglo, 1924 y en otro contexto socio histórico, el autor aborda temas que podemos relacionar con esta situación actual de confinamiento, que estamos viviendo por la pandemia. El miedo a la enfermedad y a la muerte, la impresión de que todos los días son iguales, la vivencia del encierro, la angustia frente a lo desconocido, el alejamiento de los otros significativos -por nombrar algunos- son sentimientos y vivencias que compartimos con los pacientes del Sanatorio descritos por Thomas Mann.
El universo de Hans Castorp, el mundo de abajo, cambia radicalmente cuando decide trasladarse a visitar a su primo internado en un sanatorio para tuberculosos en las montañas suizas, denominado el mundo de arriba. “Su patria y el orden conocido se habían extraviado en la distancia, sepultados varios metros por debajo de él, y el ascenso proseguía. Mientras pensaba en aquello que dejaba y aquello que desconocía, se cuestionaba respecto a qué sería de él una vez en la cima. ¿No habría sido arriesgado, insensato, dejarse arrastrar a esos parajes, a esas condiciones extremas que tanto distaban de su origen?” (Thomas Mann, p. 110)
Esta estadía pasajera se convierte en una estancia prolongada, en que la sensación de temporalidad se trastoca, siendo difícil saber si pasan días, meses o años, lo que nos recuerda la atemporalidad del inconsciente. Allá arriba hay una percepción de inercia y a la vez de movimiento, todo permanece quieto y a la vez todo cambia. El sanatorio para tuberculosos se convierte en una suerte de refugio psíquico - siguiendo a Steiner- en una envoltura protectora, que deja una ilusión de inmunidad a los peligros del exterior.
Casi 100 años después de escrita la novela, nos encontramos en un momento crítico donde no sólo nuestra salud y condiciones materiales se ven amenazados, sino que también nuestra integridad psíquica. La pandemia nos ha transformado y a la vez seguimos siendo los de antes; nos hemos acostumbrado a vivir con ella, poniendo en tensión lo transitorio y lo permanente. Por un lado, hemos experimentado pérdidas, aislamiento personal, fragilidad y distintos tipos de derrotas a nuestro narcisismo. Los días se hacen monótonos, quedando inmersos en una sensación de status quo. Pero, por otro lado, la cuarentena se puede convertir para algunos en una zona, aunque monótona y estática, segura y difícil de abandonar (como el sanatorio) a pesar de que la amenaza real cese. El mundo de abajo puede empezar a parecernos lejano y ajeno, mientras continuamos en una espera incierta.
Ps. Lorena Pumarino De la Maza.
Analista en formación APSAN
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