Por Ps. Cristián Ortega,
Miembro adherente APSAN
La historia de los hermanos Lyle y Erick Menéndez, convulsionó al mundo el año 1989, luego de que se descubriera que ambos habían disparado y asesinado a sus padres José y Kitty Menéndez en Beverly Hills, Estados Unidos.
Treinta y cinco años más tarde se estrena en televisión “Monstruos”, una serie en la que, en el contexto de la reapertura judicial del caso, se recrea con escenas de alto impacto, la historia familiar de los Menéndez, la vida y desarrollo de los niños, el crimen y el juicio que los privó de libertad de manera perpetua.
Resalta, en primer lugar, el contexto familiar hostil en donde se desarrollan los hermanos; individualismo y egoísmo, exigencias de exhibición de estatus, mentiras, engaños, crueldad y desborde de agresiones, se convierten rápidamente en el ambiente que acompaña el relato de la serie. De ahí que, son las escenas de planeación y asesinato las que llaman más la atención, detallando una suerte de ritual parricida elaborado por los hermanos adolescentes en base al guión de un film de fines de la década de los 1980. La frialdad del asesinato y la desconexión afectiva de los hermanos, se sugiere a partir de una subjetividad en la que operan mecanismos psicológicos basados en lo que desde nuestro marco comprensivo, podríamos interpretar como identificaciones proyectivas masivas y dinámicas propias de una posición paranoide; es decir, “si no los asesinamos nosotros, ellos nos asesinarán”.
Por su parte, la recreación del juicio nos invita a sumergirnos en la forma y fondo que usa la defensora Leslie Abramson para sostener la argumentación de la violencia infantil como estrategia -y eventualmente fundamento- para atenuar la imagen parricida de los hermanos, asociando como causa directa la violencia – física, emocional y sexual – experimentada por los hermanos, al parricidio.
En este sentido, lo que la perspicaz abogada propone como defensa es, a mi juicio, muy inteligente. Para nadie es un misterio que tomar contacto, para la mayoría de las personas, con casos y experiencias de maltrato infantil, despierta alta empatía y compasión hacia las víctimas, empatando entonces los sentimientos de desagrado sobre (los mismos) victimarios. Esto nos enfrenta a la compleja relación víctima-victimario y hacia lo confuso que se torna adoptar una posición única al respecto. En la serie “Mounstros”, se presenta nítidamente esta confusión en el jurado del juicio, quienes son responsable de deliberar la culpabilidad y el alcance de la condena de los hermanos, los que se exponen a la pena de muerte. Considerar un análisis situacional, en este caso, por ejemplo, la crueldad del asesinato, en contraposición, o al menos en complementariedad, con la realización de un análisis biográfico de antecedentes y condiciones intervinientes, causas y gatillantes, contribuye a una comprensión, siempre más difícil pero completa a la vez, de la complejidad. Esto es lo que la serie muestra de manera óptima y con notable sutileza, invitando a el o la espectadora a su vez, a ese lugar, por cierto, incómodo.
El uso de la mentira, la transformación de la verdad y el engaño, es otro aspecto relevante de la serie. La creación por parte de los hermanos Méndez de narraciones que distorsionan los hechos, falsas y con claras intenciones de manipulación del jurado -también de los y las televidentes-, exponiendo relatos y escenas descarnadas de abusos infantiles de todo tipo, empujan a pensar en las presencia de aspectos psicopáticos que operan no sólo ellos, sino también en los integrantes que dan forma al sistema judicial norteamericano de la época. Sin duda, esto nos enfrenta a la peligrosa posibilidad de un ejercicio de la justicia, si no corrupta, al menos distorsionada para toda la sociedad. Esta reflexión que nos provoca un hecho y una interpretación del mismo, proveniente de fines del siglo pasado desde Norteamérica, ha sido en lo próximo un tema de atención nacional, me refiero a Chile, durante los últimos meses, lo cual nos deja en un escenario complejo y vulnerable.
Al respecto, y a la luz de “Monstruos” y la contingencia nacional, me permito, entonces, discutir brevemente, dos temas que me resultan interesantes: Las Experiencias Infantiles Adversas a cambio del concepto de maltrato infantil, y el aporte del psicoanálisis a la creación de la perspectiva del desarrollo y de la continuidad de sus diferentes estadios.
El maltrato infantil, que en su descripción incluye abusos físicos, sexuales y emocionales, la negligencia, tanto física como emocional y, la inestabilidad del sistema donde se desarrolla un niño o niña -tal como vivir en un hogar con otros miembros víctima de violencia-, crea condiciones que aumentan el riesgo de presentar a lo largo del desarrollo, dificultades de salud mental y físicas. A estas condiciones se les ha denominado “Experiencias Infantiles Adversas” (ACEs), concepto originalmente acuñado por el Dr. Vincent Felliti, en Estados Unidos, quien investigó el impacto en el desarrollo de personas adultas el haber experimentado experiencias adversas durante sus primeros 17 años de vida. ACEs se han definido como acontecimientos estresantes, potencialmente traumáticos, que ocurren en la vida de niños, niñas y adolescentes, y que pueden tener efectos y resultados en salud altamente negativos en la vida adulta. Los estudios iniciales sobre ACEs, y posteriores, enfatizan la importancia del ambiente -ambiente sensible, que ofrece respuestas oportunas y contingente, y que provee oportunidades de regulación-, concluyendo la existencia de una estrecha relación entre la adversidad temprana y su impacto en el neurodesarrollo o en las trayectorias del desarrollo hacia la salud o la enfermedad, tanto a nivel psicológico como físico1.
Más allá de los resultados de la investigación en salud mental – la cual contribuye con evidencia y ofrece conocimientos aplicables en diferentes niveles-, vuelvo a mirar los aportes que ha hecho históricamente el psicoanálisis y la investigación psicoanalítica a la comprensión de la importancia del desarrollo temprano -preocupación instalada en sus orígenes por Freud2, por ejemplo, con la identificación del los estadios del desarrollo psicosexual y la evolución la de libido-. Desde su creación, y más allá de las interesantes y controversiales disputas históricas, las teorías psicoanalíticas nos han propuesto tanto un espacio, una estructura y un registro para pensar el desarrollo psíquico humano como producto de trayectorias vitales únicas que engarzan las dimensiones de lo intrapsíquico, relacional y la cultura -por ejemplo, el tabú-, así como también explicaciones a fenómenos impensables, aunque no extraños, como un parricidio, el abuso, el incesto, y el infanticidio -sugerido en la serie-.
Trabajar desde una perspectiva psicoanalítica implica, necesariamente, tomar contacto con estas teorías, las cuales, por supuesto, cristalizan un cúmulo de conocimientos clínicos vívidos, sometidos a la experiencia y, por tanto, subjetivados con nuestras propias historias, lo que, sumados a una técnica, ofrecen la posibilidad de un ámbito conversacional y de encuentro, que busca generar cambios del orden de lo psicológico, tanto en un o una paciente, y que indefectiblemente, transforman la trayectoria como psicoterapeuta de quien participa desde este rol.
Dicho lo anterior, no puedo sino volver a pensar en la riqueza que es posible encontrar en el psicoanálisis como un dispositivo de reparación del maltrato, sobre todo en un encuadre que posibilite la creación de una nueva experiencia relacional de cuidado, seguridad e intimidad afectiva. Pienso, con Winnicott3 en la mente, ¿Qué “cárcel suficientemente buena” han tenido los hermanos Menéndez durante estos años? ¿Qué condiciones de “encuadre” han vivido en este tiempo?
Por último, pienso en el alcance de las teorías psicoanalíticas y en el genuino impacto que han tenido socialmente en la construcción de significados de salud mental, la manera en que se han intrincado -o no- con la investigación empírica y, las barreras que se deben sortear para encontrar puntos/ángulos de encuentros significativos para cumplir la vocación de contribuir al bienestar humano. Este es un desafío, una posta, que sin duda, les tocará asumir a las nuevas generaciones de psicoanalistas APSAN.
1.- Cloitre, M., Khan, C., Mackintosh, M. A., Garvert, D. W., Henn-Haase, C. M., Falvey, E. C., & Saito, J. (2019). Emotion regulation mediates the relationship between ACES and physical and mental health. Psychological Trauma: Theory, Research, Practice, and Policy, 11(1), 82. https://doi.org/10.1037/tra0000374
2.- Freud, S. (1905). Tres ensayos sobre teoría sexual. En J. Strachey (Ed.), Obras completas (Vol. 7, pp. 111-224). Amorrortu Editores.
3.- Winnicott, D. W. (1956). The theory of the parent-infant relationship. International Journal of Psycho-Analysis, 37(5), 585–595. https://tcf-website-media-library.s3.eu-west-2.amazonaws.com/wp-content/uploads/2021/09/21095241/Winnicott-D.-1960.-The-Theory-of-the-Parent-Infant-Relationship.-International-Journal-of-Psycho-Analysis.-411.-pp.585-595-1.pdf