Nuestra subjetividad como analistas en tiempos de turbulencias.

En los últimos tres años Chile -y el resto del mundo- ha vivido cambios económicos, políticos y sociales importantes, lo que nos ha impactado a todos/as y nos ha llenado de incertidumbre. Nuestro país, luego del estallido social que remeció los pilares de nuestra convivencia, vivió un periodo de confinamiento inédito y más extenso que el de muchos países. Hoy nos enfrentamos a una decisión política que, probablemente, no deja indiferente a nadie, generando otra vez incertidumbre y, en muchos casos, temor. Nadie podría dudar, siguiendo el título de esta editorial, que estamos en tiempos de turbulencias. Eventos tras eventos, nos fueron afectando tanto a las personas como a nuestras instituciones, alterando las redes sociales.

Desde ahí, desde subjetividades muchas veces dañadas que sitúan a la salud mental como una prioridad, es fundamental la reflexión en torno a nuestro rol, pero, con mayor fuerza, en torno a lo que nos ocurre a nosotros/as, protagonistas sin quererlo de un acontecer que también nos remueve, como ciudadanos/as, padres y madres de familia y, por cierto, terapeutas en tiempos de crisis.   

En efecto, desde la consulta nos ha tocado recibir directamente las consecuencias psicológicas de la avalancha de eventos y, a la vez, teniendo que enfrentar las contingencias propias en nuestra persona y entorno. Hemos sido testigos mudos del aumento en la demanda de pacientes y, en muchos casos, de la intensidad de los síntomas psicológicos. 

Nos vimos obligados a adaptar nuestra técnica, nuestro encuadre a un nuevo medio y formato, un dispositivo de atención diferente, teniendo que cambiar nuestros paradigmas a esta nueva manera de vincularnos, a un silencio nuevo, a una distancia que pasó de centímetros a kilómetros,  añadiendo una carga de ansiedad importante y una incertidumbre mayor respecto de los resultados.  

La modalidad virtual nos lleva a enfrentarnos a percepciones recortadas, a lo bidimensional, a ver el cuerpo del otro a través de la impersonalidad de la pantalla.  Y, por otro lado, a generar espacios donde nuestra intimidad y la del paciente pasan a ser un espacio común: un niño, un perro, un timbre, un escritorio, cuadros. Ruidos y lugares que develan lo que somos y que en espacio habitual de la consulta quedaba oculto. 

También, por qué no decirlo, en este tiempo transcurrido hemos visto las ventajas que ha implicado este nuevo dispositivo tecnológico, quedando enriquecidos en recursos y posibilidades para atender de forma más flexible, y para acceder a redes que nos permite contactarnos con colegas y pacientes a través de la distancia.

Entonces, cómo nos autocuidamos, cómo ponemos límites a esta situación que vivimos, son preguntas que hoy alcanzan un insospechado valor, porque nosotros/as como analistas somos desafiados y confrontados en un contexto que también nos remueve. 

Comité del Boletín